En el principio vióse reflejado Dios frente al otro. Y vio en el otro todo aquello que hacía mal al mundo, todo pecado y peligro y grotesca fuerza de abominación, y el espíritu de Dios temió. Y llamaos Dios al otro enemigo, y a sí mismo salvador. Y fueron así mañana y tarde del día primero.

Luego dijo Dios: haya división entre los dioses, y separó a dios de dios. Y a sus semejantes los posó sobre el cielo con guirnaldas de oro y a sus diferentes en el fango con coronas de espinas, y a unos llamó bellos y otros nombró feos. Y fue así. Y llamó Dios a la separación, naturaleza. Y fueron así mañana y tarde del día segundo.

Después dijo Dios: de la tierra verde que vivan y coman mis pares, dignos habitantes de la redonda planicie, y sean fructíferos, y de su semilla el fruto del mañana. Dijo también: en las faldas de la civilización, donde la belleza ha perdido definición, que coman lo que puedan mientras puedan, que mañana no habrá fruto para ellos, pues el fruto alimentará la virtud, y nada más, y a todo lo demás, perdición. Y pensó Dios que era bueno. Y fueron así mañana y tarde del día tercero.

Dijo también Dios: hermanos, prendaos los campos y bosques que esconden monstruosas pieles ennegrecidas entre sus ramas. Fuego y azufre para purgar el mal. Llenad de humo los cielos y de gritos la selva, su desesperado y moribundo alarido nuestro escalón a la salvación. E hijos y hermanos tomaron en una mano la antorcha y al padre en la otra, y el cielo de mediodía se vio negro de ceniza y el hombre negro de corazón. Pocos cantaron en contra de la cruzada, advirtiendo la condena del otro como propia. Acercáse un alquimista y con pesar en el alma compartióse su conocimiento, e imploró piedad. Dijo Dios frente al lavabo: aquello que es bueno multiplicaré y aquello que es malo destruiré. Y con lengua torcida, mente nublada y la más pequeña de las dudas humanas en el alma, bajóse Dios la cabeza y buscó su reflejo en el agua, pero lo que alguna vez fue agua clara era ya turbia y carmesí, e incapaz de verse reflejado, convencióse Dios que era bueno. Y fueron así mañana y tarde del día cuarto.

Dijo luego Dios: levantad sobre el llano cercenado y ensangrentado la nueva Grecia, limpia ya la tierra de obscenidad. Crezcan del lodo enormes piernas de coloso brasileiro que alcancen los cielos para desde el cielo reinar sobre todo que vea. Y hombres y mujeres colosos construyeron, y lo que alguna vez fue verde ahora era plateado y resplandeciente, y de lo que alguna vez fue quedó nada, solo lo bello en ojos de Dios. Y reinó Dios sobre su tierra, y sus pares en paz bajo él. Y Dios los bendijo: fructificad y multiplicaos, y llenad la tierra de belleza. Y extendióse la marea purificadora sobre todo aquello que la rodeaba, y lo que fue luz se hizo sombra, y poco a poco la diferencia exterminada y la ceguera obligada, y el tiempo confundiose y perdiese entre lágrimas, y los alaridos se hicieron murmullos, y visto desde la Luna, las estrella terrenales comenzaron a desaparecer. Y sintió Dios que era justo y debido, y que era bueno. Y fueron así mañana y tarde del día quinto.

Y dijo Dios: la Utopía no es mito, pues el mito se ha hecho realidad. Y aplausos y rosas a sus pies. Y sus sirvientes lo vieron con asombro, y admiración, y envidia. Y cuestionaron el porqué de su lugar, y dejaron de ver diferencias entre ellos y Dios, y dejasen de bastar guirnaldas de oro con un mundo para dominar. Y hermano tornáse contra hermano buscando escalar el más alto peldaño y nombrarse así mismo Dios por encima de todo. Y las blancas columnas de Baía en añicos quedaron, y de la paz solo quedaron pedazos. Y sobre los pedazos sopló el viento y lleváse con su soplar la historia de la humanidad. Y sobre la madera quemada y los cuerpos repartidos, entre ceniza soplada y con el rostro arañado, supo Dios que era el único… y sollozó. Y fueron así mañana y tarde del día sexto.

Dijo Dios: hundiéndome en un charco carmesí, contando los últimos segundos que parecen extenderse hacia la eternidad, me reconozco. Y vióse su reflejo en la sangre, y concluyó: Ozymandias, de tu hermano huiste, a tu hermano mataste, y por tu hermano has muerto. Y así pasado el día séptimo se hizo la noche, y vio Dios nada, pues Dios había muerto.


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